En cualquier caso, tanto la frontera mexicana como las provincias que conforman el territorio de la Patagonia constituían, junto con la selva, el último lugar, el lugar sagrado del individuo, el sitio adonde se va únicamente a morir o a dejar que el tiempo pase, que viene a ser casi lo mismo.
-Roberto Bolaño, El último lugar del mapa.

1.7.09

Auf Wiedersehen, Pina Bausch


Pina Bausch, interpretando su Café Müller. Fotografia de Guy Delahaye

Nunca fui a Wuppertal. La región del Ruhr en Alemania es posiblemente la menos atractiva para conocer. Pero enmedio del aburrimiento y el hastío, del desempleo crónico y las ruinas de la industrialización de la posguerra, el Ruhr ofrece dos joyas de escenarios: el teatro de Bochum y el Tanztheater Wuppertal. No entiendo por qué no fui a Wuppertal a ver bailar a Pina Bausch y hoy, claro, al leer que ha muerto, he recordado mi omisión. Yo no he buscado videos de Michael Jackson en Youtube, pero sí performances de la bella dama, de la estatua de danza fría y apasionada, femenina y atormentada a la vez, de la mujer que crea el Tanztheater, esa mezcla de danza con argumento teatral que nunca va a ser ovacionada por las masas, pero que es un regalo que sólo podría tener su epicentro en un país de gran tradición teatral y públicos exigentes como Alemania.

La despedida de Pina, creo, sólo puede compararse con la partida de Heiner Müller hace más de diez años. Y de la misma forma que Heiner sigue vivo a través de, por ejemplo, su escenificación del Arturo Ui de Brecht a cargo del extraordinario Martin Wuttke, que fue su último legado, así Malou Airaudo, la "mítica Malú" como la ha llamado hoy Almodóvar en su recuerdo de la dama, y el resto de la compañía deberán reproducir, aunque sin alma, la esencia del legado de la Bausch. Müller tiene la ventaja riesgosa de que su Arturo Ui siempre ha tenido el rostro de Wuttke, bajo el precio de que esa obra sólo durará lo que Wuttke en el escenario, porque nadie más podrá nunca interpretar el Ui, su Ui, de la misma manera.

Y cuando una ve a Malou en ese Sacre du Printemps, o bien en las primeras escenas de Hable con ella de Almodóvar, con Pina Bausch jugando a ser una sombra detrás, sin lograrlo, porque esa sombra emitía luz y una delicadeza que Malou no tiene, una piensa que ese legado, la coreografía sí puede pervivir de alguna manera en el tiempo. Pero la herencia, sin embargo, es el concepto, las fronteras que ha roto esta mujer que amaba tener mujeres fuertes y femeninas en sus representaciones, cigarrillos, tacones altos, pies desnudos y leoninas melenas en esas hadas que la seguían y que bailaban su danza, su ritmo, su corazón. Esa fuerza descomunal en sus presentaciones, esa que hizo escandalizar al Teatro Real de Madrid con sus Claveles (Nelken). Esa es la herencia que sí perdurará, porque nadie puede ya quitársela.

Seguramente iré a Wuppertal, su casa, su escenario, algún día. Quizá entonces me sienta entonces como esos fans que van a Graceland y que irán a Neverland hasta que el mundo deje de ser mundo. Pero nunca podrá ser lo mismo.




Café Müller

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